miércoles, 16 de octubre de 2013

Fue hace mucho, mucho tiempo...
Son muchos años jugando. Hoy los juegos han evolucionado. Nosotros hemos evolucionado. No tenemos el mismo tiempo, ni la misma ilusión. Hoy es difícil que un juego nos sorprenda o nos obsesione como cuando teníamos 13 años y toda novedad era un estímulo a la imaginación. Cada miniatura, cada dungeon era una conexión con la aventura, el misterio y la fantasía. ¿Cuantos wargames habremos jugado? Pero no es la misma sensación que la primera vez que destruyes un Tiger o tomas Moscú. ¿Cómo comparar hoy cualquier sofisticado juego con la primera vez que el Dungeon Master te anunció que estás ante la presencia de un Dragón?
Este primer ejercicio de nostalgia no puede empezar sino por el principio.

Así empezó todo.
El Imperio Cobra. Quien ha jugado de pequeño recordará todavía la emoción de coger la carta del Nautilus y el terror de que la Cobra se girara hacia tu aventurero.

Otro hito de nuestra infancia fueron los juegos NAC:


La Fuga de Colditz es, posiblemente el juego de tablero al que más he jugado en la vida y aún lo conservo y he jugado recientemente. 
Hace poco fue reeditado por Devir, lo que demuestra que los viejos juegos aún tienen valor y muchos son tan buenos o mejores que lo que actualmente se estila.




Pero el juego que lo cambió todo, sin duda, fue:


Nada más abrirlo llegaba un angustioso sentimiento de perplejidad. ¿Dónde está el tablero? Habíamos oído hablar de este juego maravillas. Pero faltaba el tablero. En algún sitio de la caja se leía que, efectivamente, no había tablero. No era un defecto.
Se tiró en la estantería de nuestro vecino mucho tiempo. No podíamos entender qué era eso de que el juego se desarrollaba en la imaginación.
Finalmente un verano, hicimos el esfuerzo de leer los manuales empujados por los comentarios enfervorizados de otros conocidos que jugaban y estaban medio alucinados hablando de elfos, enanos y niveles, como si por las noches unos extraterrestres les abdujeran y tuvieran una vida paralela a la triste existencia de 8º de EGB.

Jugamos la primera partida y el mundo no volvió a ser el mismo.

Luchamos contra el monstruo carroñero, los kobolds y durante todo un verano jugamos todos los días.

Pronto localizamos un sitio donde vendían figuritas de plomo de los personajes y monstruos. Era una cosa misteriosa y extraña que existía en un primer piso de un sucio y destartalado edificio en el que había una chatarrería en los bajos o algo así. Aún existe el edificio y la puerta que franqueábamos pensando si compraríamos orcos, enanos, elfos, señores del caos o un espectro:

La puerta del Dungeon: Calle fundadores 9

Y entramos en contacto con el lado oscuro:

Entonces en cada blister había no menos de 5 figuras por unas 500 pesetas.


Y figura a figura llegó la necesidad de batallas:


Pero esto... Es otra historia.